La frontera entre Bogotá y Soacha es una de las más difusas del país. Miles de personas la cruzan cada día para trabajar, estudiar o comerciar, pero en la práctica pocos logran identificar con certeza dónde termina la capital y dónde empieza el municipio vecino.
Una línea que casi no existe: A diferencia de otros municipios cercanos a Bogotá, en los que un peaje, un cambio en el paisaje o un hito vial marcan la división territorial, en el corredor de la Autopista Sur la continuidad urbana genera confusión. Talleres, buses intermunicipales, ventas callejeras y grandes vallas publicitarias se repiten en ambos lados de la vía, creando un ambiente prácticamente uniforme. Por eso, para muchos pasajeros de TransMilenio y transeúntes habituales, no queda claro en qué momento exacto se cruza la frontera.
El secreto está en las casas: Los habitantes aseguran que la diferencia más evidente está en las viviendas: en Bogotá predominan las construcciones de varios pisos con acabados más homogéneos, mientras que en Soacha se observan casas más bajas y con estilos diversos, muchas de ellas levantadas por autoconstrucción. Este detalle arquitectónico se convierte en una de las pocas pistas para distinguir un lado del otro.
El letrero que pocos ven: La señal más clara está ubicada en el puente de La Despensa, donde un discreto letrero da la bienvenida a Soacha. Sin embargo, para la mayoría de transeúntes este aviso pasa desapercibido en medio del tráfico y la publicidad.
Una frontera invisible pero muy transitada: La indefinición territorial no impide el intenso flujo diario de personas entre Bogotá y Soacha, reflejado en las estaciones de TransMilenio y en la dinámica comercial que conecta a ambas poblaciones. Más que una línea divisoria, lo que existe es un continuo urbano, un espacio compartido en el que la cotidianidad borra las fronteras formales y pone en evidencia la integración real entre la capital y su vecino más cercano.